viernes, 29 de abril de 2011

La Boda Irreal

Desde hace varios días que toda persona con algo de contacto con los medios de comunicación masivos está al tanto de la boda de uno de los herederos de la corona británica y de la gigantesca cobertura en vivo del evento que finalmente se llevó a cabo esta mañana, según el huso horario rioplatense.

Todos sabíamos que hoy William -el Guille, digamos- y Kate -la Catalina... bueno, continuemos llamándola Kate, mejor- se convertirían en el centro del mundo, dejando de lado aburridísimas noticias como la cantidad de muertos que hubo esta semana en Libia, el debate por la imputabilidad de los menores y el empate de Peñarol ayer en el estadio.

Siempre me llamó la atención la complacencia de la opinión pública para con la realeza europea. Al margen del hecho de que seamos descendientes de plebeyos cuya cultura estuvo marcada transversalmente por la primacía de la monarquía como cabeza del Estado y fiel representante de la nacionalidad, y la analogía sencilla del casamiento real con los más tradicionales cuentos de hadas -de origen similar, por cierto- uno podría reconocer en los criollos el mismo sentimiento antimonárquico que llevó a pelear por la independencia de nuestras tierras hace dos siglos, basado en cierta convicción democrática y que "naides es más que naides": nadie tiene coronita -precisamente- y de hecho así lo consagra nuestra Constitución en dos de sus primeros artículos.

Pocos criollos en este lado del mundo aceptarían un rey ni un cuerpo de nobleza. Sin embargo, a la hora de las noticias y las pompas de esta clase de eventos, la gente acude a la fiesta encandilada por ese mundo de fantasía sólo posible para unos elegidos y más accesible a través de los cuentos infantiles con los que empezaron a formar nuestros conceptos.

Desde este lado del río, hoy miraba un canal de noticias desde la sala de espera de un consultorio. La pantalla se dividía al medio mostrando a la vez dos noticias que no podían ser más distintas. La tan mentada boda real a todo trapo con detalles del beso entre los nuevos cónyuges reales de un lado, la 9 de Julio cortada por miles de sindicalistas posicionándose para asistir al acto del 1º de mayo y escuchar el discurso de Moyano del otro. Los unos, en la comodidad y la pompa del primer mundo; los otros, agrupados por reivindicar los derechos de quienes no perciben lo mínimo para llevar una vida digna. Unos entre castillos y esculturas enchapadas en oro por sus antepasados; otros, bisnietos y tataranietos de quienes colaboraron sin más remedio con la grandeza de tales edificios. Ambos acudiendo en masa a un suceso fugaz en el que se identifican y en el cual depositan algunas de sus más cifradas esperanzas.

De repente, se abre el plano en la toma que enfoca a los manifestantes de avenida 9 de Julio y se ve de frente todo el escenario. A los costados del estrado donde se reunirá la plana mayor de sindicalistas de todas las provincias se levantan dos gigantografías de Evita y Juan Domingo Perón en blanco y negro solemne y envueltas en motivos patrios.

Las dos noticias no podían ser más similares.

Dios salve a la Reina


Manuel Rovira


jueves, 28 de abril de 2011

Esperanza

Pintó nostalgia... cuento del año 2001 para un concurso que organizó el bar La Estada... El cuento fue publicado en Montevideo en la antología que recogió los trabajos ganadores de ese certamen, y un par de años más tarde en Valencia (España), en la antología de otro concurso de 'cuentos por la paz', organizado por la Cruz Roja de la Comunitat.


Esperanza


Así como a algunos les gusta dibujar flores o personas sonriendo, a Ibrahim le gustaba dibujar ideas, pintar sentimientos; quizás fuera porque eso era lo único que le quedaba, aparte de una barriga que dos por tres crujía de hambre. La 'guerra santa' había borrado las pocas sonrisas que quedaban, y los tanques israelíes aplastaron las escasas flores que sobrevivían al clima árido de Jerusalén.

Por aquel entonces Ibrahim andaba rondando los trece años; no obstante su corta edad, ya se había planteado más de una vez las mismas interrogantes, sin que nadie pudiera responderle. No le cabía en la cabeza que una ciudad cuna de dos religiones que encuentran en la paz y el amor al prójimo sus máximos propósitos, se autoconsumiera con guerras eternas y un odio fanático hacia quien no sea del mismo credo. Menos que menos le cerraba eso de “luchar por la paz”, algo tan incongruente como fornicar por la virginidad.

Así fue que se despertó una mañana decidido a dibujar la paz de la mejor manera posible. Buscó una buena pared donde plasmar su obra, y la encontró detrás de un almacén. Sacó sus crayolas y se puso a pintar.

- Ya está -se dijo satisfecho al rato contemplando su creación. Lentamente, un minusválido israelí se le acercó, y tras hacer una pausa le preguntó:
- ¿Puedo saber cómo se titula lo que pintaste ahí?
- “La paz”- contestó sin vacilar.
- Disculpame, pero ahí yo sólo veo dibujados arena y un puntito negro.

Ibrahim lo miró a los ojos, se sacó el turbante y le dijo al oído:
- Insensible, esa es la semilla; sólo hace falta que la riegues.


Manuel Rovira

miércoles, 27 de abril de 2011

Los linyeras

En tiempos de Perón, dicen, obtener la residencia en Argentina era cuestión de mostrar la cédula y salir en el día con los papeles. Más cercano en el tiempo, existía un sistema descentralizado en donde el inmigrante podía elegir dónde tramitar sus papeles, y de hecho no se ponían trabas para otorgar el número de seguro social, imprescindible para acceder a un trabajo formal. Desde hace un par de años, no obstante, rige un curioso régimen que se promociona simplificado y accesible, pero obliga en la práctica a que cualquier extranjero con intenciones de radicarse al occidente del Río Uruguay tenga que permanecer en la informalidad por un lapso de entre cinco y seis meses.

Ayer me surgió una posibilidad laboral, para la cual me pedían tan solo que tramitara un número de CUIL, algo así como la identificación ante Anses ("el BPS" argentino). En la oficina me advirtieron que dan 100 números todos los días a partir de las 7 de la mañana, y que sería bastante inteligente de mi parte ir a hacer la fila no menos de una hora antes. A las 4:30 a.m. sonó mi despertador. Apronté el mate y salí en plena noche hacia la oficina pública, a metros de las vías del tren.

El panorama al llegar era desolador; gente tapada con cartones y frazadas, muchos de rasgos aindiados y hasta con algunas criaturas de semanas, con suerte meses. Recorrí la fila desde la puerta de la oficina cerrada a cal y canto, conté 68 personas antes de mí y me senté a esperar, justo donde la hilera humana dobla la esquina. Afuera el frío, el estreno 2011 de la bufanda y los mates casi hirviendo para templar el cuerpo en la larga espera de la madrugada. El silencio lo envuelve todo, interrumpido por un rumor lejano que pronto se transforma en mar de ruidos con la arremetida del tren deteniéndose en la cercana estación de Berazategui. Apenas pasa media hora, la fila crece y ya alcanza otra media cuadra. El 159 y el 300 doblan a una velocidad impensada por las calles angostas del centro, pasando a centímetros de donde duermen sentadas las dos gárgolas que hasta hace unos minutos eran abuelos haciendo la cola.

El mate comienza a lavarse, el tiempo apenas gotea y trato de distraerme jugando en el celular. Un perro se detiene delante mío y me observa. Lo miro y mantiene la mirada a un metro de mí, como queriéndome decir algo. Seguramente sospecha el paquete de galletas que tengo en la mochila. Se echa y vuelve a mirarme, pasa un minuto y se va. Cuando vuelvo a levantar la vista hay un tipo desparramado en la vereda de enfrente. Nadie se mueve. Pasan dos pibes por al lado y se ríen entre ellos. La escena se repite con otros hombres que lo esquivan para no pisarlo.

- Ah tenés sueño, lindo lugar pibe

La gente de la fila ahora sí lo mira, a pesar de sus propiedades aparentemente invisibles. Está en una posición rara y no se mueve. Se acerca una señora y luego un tipo. Nadie hace nada. Un mamado, dice otro. Al rato pasa un patrullero y sigue de largo a ritmo parsimonioso. Una mujer abandona la fila y pide que le avisen a alguien. El patrullero se va y vuelve a los cinco minutos. Baja el policía joven y le habla al tumbado como a un niño que no quiere ir a la escuela. Le hace señas al otro oficial que baja y lo examina a distancia. Habla por celular y rodea el lugar con una cinta de nailon rota que ya fue usada en otra oportunidad. Llega una ambulancia, lo revisan, hacen gestos. La ambulancia se va sin llevarse al que ahora se sabe que está muerto. El policía viejo le pone una bolsa de basura sobre el cuerpo y todo sigue como si nada.

La fila avanza y se moviliza por el morbo, empiezan a oirse comentarios de los que hace horas compartían su vida sin intercambiar una palabra. Uno dice que lo vio caerse solo, otros -la mayoría- que apareció de la nada, como nunca se ven los linyeras a los que se los mira sin ver. Se asoma un vendedor de turnos ofreciendo su lugar en la fila a cambio de $ 40, dice que pasó toda la noche para sacar unos pesos. A él tampoco lo han visto según parece.

Una hora más tarde por fin vino alguien a retirar el cuerpo. En la vereda de enfrente aguardaban para abrir sus locales los infortunados comerciantes, trastocados por ese insalvable escollo. Al retirarse la policía y una segunda ambulancia encargada de trasladar de sitio el problema se oyeron chirriar las cortinas metálicas de los negocios y a sus dueños colocar en su frente los pizarrones de ofertas. Uno de ellos, a diez metros del lugar donde el destino había alcanzado a un tipo dos horas antes, decía lacónicamente "Fiambrería".

Tampoco tuve suerte en el trámite. Pero esa ya es otra historia.


Manuel Rovira

martes, 26 de abril de 2011

El naufragio

Comienzo tienen las cosas, y parte de ellas tienen que ver con un hecho preciso. Un accidente, una conversación, la salida del sol: todo sirve de disparador a una catarata de sucesos irreversibles. La partida de la tierra amada, la espera del técnico de la computadora y la sutil pero insistente comida de cabeza de parte de un ser querido propiciaron que este simple mortal haya caído en las garras del blog.

«Ah cómo, ¿no tenés blog?» me dice un amigo por msn. Desde este lado del río intuyo su gesto azorado y me limito a contestar que no, que me era suficiente tener Facebook como para sumar otro cadáver más al cementerio de elefantes cibernético donde yacen el ICQ, el foro de Terra y varios Fotolog's. El argumento no fue suficiente, y decidí leer los blogs de algunos amigos. "Después de todo no está tan mal, es gratis y me puedo borrar cuando quiera" -grueso error- dijo una voz en mi conciencia. La carne es débil y el dedo también, porque instantes después ya estaba ingresando usuario, contraseña y a un paso de volverme eso que llaman blogger. Ni Dios permita.

Embarcado ya en esto, la idea es postear una serie de comentarios y anécdotas sobre el diario vivir, el acontecer nacional -siempre quise decir eso- y hasta algunas cuestiones culturales. El lector habitual tendrá la desgracia de toparse con algunos textos de mi autoría que andan por ahí en la vuelta agarrados a los tablones de este naufragio en barrosas aguas extranjeras.

Bienvenidos. Pasen y vean.


Manuel Rovira