Uno siempre se está yendo, alejándose de algo y llegando a otro sitio. La constante es la partida y el adiós. Uno nunca vuelve al mismo sitio ni se encuentra con las mismas personas que dejó una vez en el andén o la terminal. Cada atardecer se lleva un sol que no vuelve, cada adiós es definitivo.
Algunos somos más conscientes que otros de esta realidad, y simplemente esperamos encontrarnos con lugares y personas no demasiado distintos a los que alguna vez dejamos para siempre. Una arruga, el crecimiento del pelo y el paso del recolector de basura son señales claras e inexorables de esto.
El reencuentro con estos seres se vuelve fatal, pero sólo es posible en el interior de nuestra croqueta. Todo un tema para meditar mientras se nos va ese 107 que tanto esperamos por haber entrado al kiosco a comprar unos puchos o en el preciso instante en que mandamos un mail que no leímos.
No sé por qué, te espero igual.
Manuel Rovira
agosto 2007
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